domingo, 12 de febrero de 2012

El Retrato de la Abuela





Miró el cuadro y en verdad parecía una foto, tal cual la tía Justina siempre había dicho, “es una foto de tu abuela en su juventud, antes de que pasara lo que pasó”, él sabía que era una pintura pero nunca se lo discutió, la tía no tenía porqué saber que él sabía, que la propia abuela se lo había contado, cuando él aún era un niño tan pequeño que apenas comprendía, pero eso no se le olvidó nunca, hay cosas que nunca se olvidan en la vida, otras que es mejor olvidarlas y eso él lo aprendió de pequeño.

También era mentira que fuera antes que “pasara lo que pasó”, como decía la tía, como si sólo hubiesen transcurrido un par de horas entre esa imagen bella y el después de la abuela; habían pasado muchos años entre un hecho y el otro.

Desde la sala principal se escuchaban los cuchicheos de las mujeres que habían venido a despedir a la abuela. ¿Dónde la velamos? esa había sido la preocupación de todos, pero todos coincidieron que no debían ir a una Sala Velatoria, la abuela se merecía irse de este mundo desde la casa dónde había vivido y reinado la mayor parte de su vida. Sí, mirando el cuadro pensó que realmente ella había sido una reina de belleza primero y luego una reina que gobernaba su casa y su familia. Una reina que ahora reposaba en un ataúd de madera lustrosa, rodeada de cirios – de los reales, por favor, nada de imitaciones de cirios conectados a la electricidad y con una lamparita – esas habían sido las palabras de la tía cuando el pomposo dueño de la empresa fúnebre ultimaba los detalles. La tía ahora se sentía importante, importante y heredera, porque era la mayor de las mujeres y según ella, la más parecida a su madre. Ilusa, pensó Sebastián, nunca sería ni cerca a lo que fuera su madre.

Miró el cuadro y le pareció que la bella muchacha en actitud relajada, le sonreía con complicidad y hasta le guiñaba un ojo. Nadie más que la abuela para entenderlo, para saber el dolor intenso que su partida le producía y esa sensación de impotencia por no haber podido hacer algo más para retenerla, pero no, ella se quería ir, hubiese sido en vano todo lo que él hiciera, ella ya no era de este mundo desde hacía mucho tiempo.

Como oleadas volvían los rumores desde la sala; el ruido de las cucharitas revolviendo el café que Orfinda servía a las damas cada hora para mantenerlas despiertas; alguna tos grave, lo que indicaba que los hombres cada tanto entraban a dar una vuelta como para hacer notar su presencia y los cuchicheos, los cuchicheos que la abuela y él detestaban y de los cuales se burlaban juntos.

La abuela se había casado enamorada, pero enamorada del pintor que la había eternizado en su belleza; el abuelo había sido la obligación impuesta por la familia y a su lado no conoció la felicidad como hubiesen creído muchos. Al lado del abuelo conoció el dolor, el desprecio y la obsesión de un hombre enfermo de celos y de mal carácter. Un hombre que la obligó a parir hijo tras hijo hasta que murió en el intento de embarazarla del décimo.

La abuela había olvidado el amor al pintor mucho antes de concebir sus nueve hijos; lo olvidó el día que se preguntó a si misma si su vida con el pintor hubiese sido diferente y comprendió que no, que hubiese sido parecida, salvo que ella habría estado enamorada el primer tiempo. Además la ayudó encontrarse un día con el pintor, su esposa y un número considerable de niños y ver en el rostro de la mujer una profunda tristeza y en el del pintor una mirada de soberbia que nunca le había visto. Por ese tiempo era un pintor exitoso y según decían las malas lenguas, con una cantidad de amantes en sus espaldas que más de un Don Juan le envidiaba.

La abuela que no era ninguna tonta, olvidó rápidamente sus amores juveniles y se dedicó de lleno a la crianza de sus hijos, con una mejor disposición desde el momento de la partida al otro mundo de su consorte.

Luego fueron los nietos, y de los nietos, él, Sebastián, era el mayor y por ende el preferido, el compinche de la abuela, hijo de su primogénito y el menos querido de sus hijos, porque al concebirlo se había sentido casi violada por ese hombre que le habían impuesto. A los otros hijos ya los recibió más resignada, aprendió a quererlos desde el momento en que los sentía vivos en su interior y se aferró ciegamente a cada uno de ellos y cada uno de ellos se sintió unido a ella de la misma manera.

Sebastián tenía una imagen muy confusa, un recuerdo casi nulo del momento en que pasó lo que pasó. Ahora dirían que los recuerdos se habían borrado ocasionados por un stress post-traumático, él sabía que no quería recordar porque además la abuela se lo había exigido – olvida, olvida, lo que ocurrió no es tu culpa – y el obedeció y olvidó.

Sabía que no podía ir a la sala, sus padres y toda la familia, también las chismosas damas, esperarían verlo aparecer antes de cerrar el cajón, pero él prefería seguir mirando el cuadro y el bello rostro de la joven que le sonreía, ese sería el recuerdo de su abuela que siempre guardaría en su corazón.

En la sala los murmullos cesaron y se escuchó algún que otro sollozo cuando la tapa se cerró sobre el rostro desfigurado por profundas cicatrices de la reina de la casa.



María Magdalena Gabetta



Pintura: "Tiempo de espera" del pintor ecuatoriano, Julio Peña Tomalá

domingo, 5 de febrero de 2012

En Septiembre







Yo pasé por vos,
llegué a buscarte a la hora prefijada,
la hora en que los sueños y los recuerdos vuelan,
y con los sueños y los recuerdos,
vuela el alma.

Llegué harta quizás de cafés de madrugada
y cigarrillos despedazados entre los labios,
pero con esa innegable facultad que tenemos los humanos,
de portar hasta el fin de nuestras vidas,
la esperanza.

Pasé por vos…
A encontrarte…., no lo niego,
en un bar cualquiera, en una vereda conocida,
entre esa turba de personajes que se nos presentan,
en el día a día.

Fue quizás a la vuelta de la esquina,
un lugar cualquiera y porqué no, a una hora cualquiera,
- Ya ni siquiera el lugar y la hora interesan -
pero te encontré,
estabas allí,
enredado en mis sentires,
descolgado del tiempo pasado,
agazapado en los cuadrantes de mi vida.

Pasé por vos una mañana de septiembre,
el limonero apenas florecía,
el gorrión disfrazado de zorzal intentaba
cantar en mi ventana,
y mi sed de amar me secaba íntegra.

Pasé por vos y ya no eras el mismo,
Yo tampoco era la misma,
- Para qué engañarnos amor -
los años nos habían blanqueado las sienes
y oscurecido la sonrisa.

Pero … ¿sabés qué? Yo aún te amaba
y sentí tu amor palpitando en cercanía,
los años habían pasado,
- Eso era evidente -
Las ausencias fueron dejando huecos
en lugares impensados…..
como el alma y los sentimientos.

Pero …. ¿sabés amor? A pesar de eso,
a pesar de todo,
fue sentir un fuerte vendaval que me sacudía,
como cuando éramos jóvenes y altaneros,
como cuando aún no sabíamos de la vida,
como cuando nos enamoramos
¿lo recuerdas?
Así me sentí en este septiembre
que llegó sin pensarlo,
en el otoño de mi vida.


María Magdalena Gabetta

Pintura: "Sueños del Pasado" de mi amiga la pintora argentina Elsa Bouza Campos