- Está tras la cascada.
La resignada voz de Emanuel indicó dónde debían buscar, él no podía acompañarlos. Al intentar contenerlos tropezó, torciéndose de mala forma un tobillo. Inmovilizado y rabioso, vio cómo sus amigos cruzaban el río.
Al amanecer había decidido bañarse mientras los otros dormían. El agua estaba fresca, pero el chapuzón despejó su cabeza. La noche anterior habían tomado bastante ginebra mientras charlaban alrededor del fogón.
Era un lugar increíble. Lo descubrieron casualmente y decidieron acampar un par de días para disfrutarlo. Se enamoraron de la vegetación, el manso río y la colorida cascada. Un solitario vergel entre los áridos cerros.
Mientras se bañaba desnudo, convencido de su privacidad, escuchó una suave risita. Intentó ocultarse bajo el agua, dejando fuera únicamente la cabeza para mirar. Atónito vio una escultural mujer de piel cobriza, tan desnuda como él, sentada sobre una piedra, bajo la cascada, riendo divertida de su apuro.
Se sintió ridículo, pero, aún así, la belleza de la joven lo subyugó. Su delicada figura brillaba tornasolada bajo el agua cromática de la cascada. Supuso, por sus rasgos indígenas, que era nativa del lugar. Se veía tranquila, nada preocupada por su presencia.
Intentó hablarle, pero imprevistamente, la joven se irguió, ágil como una gacela y desapareció tras la cascada. Sintiéndose frustrado, más no queriendo importunarla, salió del agua y regresó al campamento. Aún confundido, relató el encuentro a los otros, quienes incrédulos exigieron verla con sus propios ojos. Intentó disuadirlos, pero ya corrían hacia el río.
Las consecuencias para Emanuel fueron las relatadas, tuvo que permanecer sentado mientras sus amigos desaparecían bajo la cascada. Apenas transcurridos unos minutos, sus carcajadas atronaron el lugar.
- La encontramos, la encontramos – gritaban eufóricos.
La ansiedad lo dominó, temía que la asustaran. Aunque sabía que no la dañarían.
El primero en regresar a su lado fue Andrés, en sus brazos cargaba algo. Parecía una piedra.
- Aquí tenés tu maravillosa ninfa – dijo burlonamente, mientras un atónito Emanuel. reconocía en una exquisita figura tallada en piedra, a la joven risueña de la cascada.
María Magdalena Gabetta
Pintura: "Cascada Escondida" del Pintor Argentino, Martín Carrique
"El día 30/04/07, Martin Carrique escribió:
Magdalena, me gustó mucho el cuento. El cuadro lo ilustra muy bien!
Gracias por el link y felicitaciones por su arte.
saludos
Martin"
La resignada voz de Emanuel indicó dónde debían buscar, él no podía acompañarlos. Al intentar contenerlos tropezó, torciéndose de mala forma un tobillo. Inmovilizado y rabioso, vio cómo sus amigos cruzaban el río.
Al amanecer había decidido bañarse mientras los otros dormían. El agua estaba fresca, pero el chapuzón despejó su cabeza. La noche anterior habían tomado bastante ginebra mientras charlaban alrededor del fogón.
Era un lugar increíble. Lo descubrieron casualmente y decidieron acampar un par de días para disfrutarlo. Se enamoraron de la vegetación, el manso río y la colorida cascada. Un solitario vergel entre los áridos cerros.
Mientras se bañaba desnudo, convencido de su privacidad, escuchó una suave risita. Intentó ocultarse bajo el agua, dejando fuera únicamente la cabeza para mirar. Atónito vio una escultural mujer de piel cobriza, tan desnuda como él, sentada sobre una piedra, bajo la cascada, riendo divertida de su apuro.
Se sintió ridículo, pero, aún así, la belleza de la joven lo subyugó. Su delicada figura brillaba tornasolada bajo el agua cromática de la cascada. Supuso, por sus rasgos indígenas, que era nativa del lugar. Se veía tranquila, nada preocupada por su presencia.
Intentó hablarle, pero imprevistamente, la joven se irguió, ágil como una gacela y desapareció tras la cascada. Sintiéndose frustrado, más no queriendo importunarla, salió del agua y regresó al campamento. Aún confundido, relató el encuentro a los otros, quienes incrédulos exigieron verla con sus propios ojos. Intentó disuadirlos, pero ya corrían hacia el río.
Las consecuencias para Emanuel fueron las relatadas, tuvo que permanecer sentado mientras sus amigos desaparecían bajo la cascada. Apenas transcurridos unos minutos, sus carcajadas atronaron el lugar.
- La encontramos, la encontramos – gritaban eufóricos.
La ansiedad lo dominó, temía que la asustaran. Aunque sabía que no la dañarían.
El primero en regresar a su lado fue Andrés, en sus brazos cargaba algo. Parecía una piedra.
- Aquí tenés tu maravillosa ninfa – dijo burlonamente, mientras un atónito Emanuel. reconocía en una exquisita figura tallada en piedra, a la joven risueña de la cascada.
María Magdalena Gabetta
Pintura: "Cascada Escondida" del Pintor Argentino, Martín Carrique
"El día 30/04/07, Martin Carrique escribió:
Magdalena, me gustó mucho el cuento. El cuadro lo ilustra muy bien!
Gracias por el link y felicitaciones por su arte.
saludos
Martin"
3 comentarios:
Hola Magda, que exquisito relato, me ah encantado soñar con el rio y esa mujer encantada que nació como una imagen de el joven, bien amiga siempre tan romántica y soñadora, te dejo un abrazo de osa y muchos besitos.
Te leo más seguido porque te tengo enlazada así se cuando publicas
Rosario
Como siempre, perfectamente relatado... Los ojos se van posando sobre las palabras y las imagenes fluyen como "cascada encantada". Me imaginé a una comechingona (no sé si es correcto el uso del femenino en este caso, pero, bueno, supongamos que sí...) viajando en el tiempo, apareciéndose a Andrés desde su mundo de ensueño... quizás esa figura de piedra había cobrado vida por unos escasos segundos...
¡Cariños! Lauri
Pudo haber tenido una ilusión optica pero...¿y la risa? seguro fue su imaginación,igual que la tuya M Magdalena se incentivó por algún motivo,tu imaginación nos creó una situación con un final inesperado que nos dejó con algunos interrogatorios,que son controversiales (otro abrazo)
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