miércoles, 12 de diciembre de 2012

Hijo de Dios



 

El viejo me mira sin verme,

el reloj mueve sus manecillas, ignorándome,
el almanaque se descuelga de la heladera
y el grillo me anuncia lo que acaecerá.

Yo, nací de mujer y hombre,
yo también, soy, hermano de aquél,
yo también soy hijo de Dios.

Diferentes métodos para un alumbramiento,
desde un pesebre, a una casa o departamento,
de las manos laboriosas de Pedro,
a las manos de un médico.

De un designio divino,
a una probeta.

Yo… también ….. soy hijo de Díos.

El sol se mueve hacia el horizonte,
mi vida se mueve hacia la luz que da el creer,
el niño se mueve en el vientre,
nuestras vidas buscan nacer.

La Navidad se acerca,
el Hijo de Dios está entre nosotros,
el espíritu se eleva y se hermana,
los ángeles nos iluminan,
el pobre nace y muere pobre,
el niño corre desolado entre las bombas,
el árbol y el pesebre brillan en un hogar.

Yo … también ….

Necesito de Dios

Yo también….
pido cada noche
transformar el agua en vino,
el dolor en alegría,
la muerte en vida.

Yo también,
camino por el desierto y ayuno
mientras la serpiente me incita al pecado
yo creo que….
Jesús es mi hermano, su mano en la mía,
me ayuda, me sostiene, me levanta.

Yo también, soy hijo de Dios. 

Yo también….. soy Navidad.


María Magdalena Gabetta

Pintura: "La Encarnación" de la pintora paraguaya Adriana Villagra

jueves, 15 de noviembre de 2012





Porque nunca olvidaremos - 3 y 24 de noviembre de 1995 - Río Tercero - Córdoba - Argentina 



Volverás noviembre con tus incongruencias
acarreando entre tus días
el vívido recuerdo del temor por lo fortuito;
lo que daña, lo que hiere, lo que mata,
lo que produce la despiadada corrupción.

Volverás noviembre una vez más,
a sacudir nuestros cimientos,
con tus jazmines florecidos
pero con tus sirenas del espanto,
tus limoneros plenos de azahares 
y tu temblor de pájaros en fuga,
prediciendo la horrorosa explosión.

¡Cuántas cosas noviembre! ¡Cuántas cosas!
La primavera burbujeando el aire,
y el luto inaugurado aunados en tu seno,
semejando una puesta en escena
de un cineasta delirante,
una mezcla injusta de alegría y dolor.

Volverás noviembre…
a reírte en mi rostro, sin vergüenzas,
a burlarte con ecos de lamentos,
con tus flashes de imágenes del horror.

Volverás noviembre …
a golpear en nuestras puertas,
a despertar nuestros recuerdos,
con tus estruendos pavorosos,
tu metralla asesina,
y yo no sabré noviembre si bendecirte o maldecirte
porque me diste la luz de tus jazmines, 
pero también ………
la odiosa cognición de la perversidad humana.

María Magdalena Gabetta 

Pintura: "Herida que no cierra"- Año 2009 -  de la pintora riotercerense Raquel Piedrabuena.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Allí



ALLÍ

Nadie te enseña nada.
Nadie te enseña a ser vaca.
Nadie te enseña a volar en el espanto.
Mataron a miles de compañeros y nadie te enseña
a hacerlos de nuevo.
¿Cómo hago,
cómo hago yo?
¿hay que romper la memoria para que se vacíe
como un vaso roto?
Me consuelo estúpidamente.
Miro navegar rostros en mi sangre y me digo
que no murieron aún.
Pero mueren aún
Y yo mismo, ¿qué hago mirando cada rostro?
¿Me muero en ellos cada vez?
En alguna telita del futuro habrán escrito /sus nombres.
Pero la verdad es que están muertos,
amortajados por la incomprensión.
Alzan sueños sin método
contra la vida chiquita.

Juan Gelman
…………………………………………………………………………………


Juan me trajo el libro, tiene poesías de varios autores, leí algunos casi por obligación, sé que Juan lo hace para distraerme, para sacarme de la apatía en la que me encuentro inmersa, pero no vaya a creer que siempre estoy triste, hay cosas que me alegran aún, muchas. Gracias a Dios no he perdido la facultad de asombrarme ante la naturaleza ni me han dejado de conmover las risas de los niños o la ternura de las parejas enamoradas que veo pasar frente a mi jardín. Pero los recuerdos, ah, los recuerdos; cuando me invaden me sumen en esta apatía de la cual me cuesta tanto salir, entonces Juan hace todo lo que cree podría sacarme de ella, me lleva a pasear a la costa o me trae libros para distraerme, sabe que adoro los libros, como este libro de poesías que estuve ojeando desganada, hasta que de pronto leí ésta, esta misma que le muestro para que usted vea como ese hombre puede escribir lo mismo que mi alma siente, lo mismo que mis pensamientos traen constantemente a mí y que es sin lugar a dudas saber que algunas cosan ya no tienen retorno, que lo que tenía que ocurrir ocurrió. Porque es verdad lo que dice desde sus primeros versos, nadie nos enseña nada, nadie nos enseña a ser vaca, nadie nos enseña a no sucumbir al espanto ni nadie nos enseña que libertad es una palabra difícil de digerir para quienes no la practican.
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- Corré Mercedes, corré y saltá la tapia, corré mierda, no te quedés – Pablo me azuzaba como a un caballo y yo corría despavorida, la tapia parecía lejana y altísima, pero corrí, salté y seguí corriendo, después me di cuenta que Pablito me había levantado en el aire para que yo pudiera saltarla. Sola nunca lo hubiera logrado, pero él no saltó.

Corría y rezaba – padre nuestro, padre nuestro…. – carajo, no recordaba el padre nuestro – los disparos se escuchaban cercanos y los gritos también. – Corré Mercedes – mi hermano me lo había ordenado y yo corría ¿a dónde? ¿qué pasaba que ellos no corrían al lado mío? ¿dónde estaba Pablo? ¿dónde estaban todos?. Una puerta se abrió y un hombre me metió dentro de un empujón. Tengo miedo. – Callate pendeja, no grités, cállate que te vamos a ayudar- . Gente con cara de dormida, asustados ¿y Pablito? - pasá, pasá al fondo, saltá por esa ventana y rajá, olvidate que te ayudamos- y yo seguí corriendo.

- Señor, diosito, tengo diecisiete años y tengo miedo - corro y corro – Si nos descubren no vayas a casa, escondete en otro lugar, andá a esta dirección, te van a ayudar. La dirección, la dirección .... la olvidé - Mamá. papá, quiero volver a casa y no puedo, mamá tengo miedo. ¿dónde están todos?

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Ah los recuerdos, los recuerdos no me abandonan, aún veo sus rostros, sólo queríamos libertad, solo queríamos ir a la villa a ayudar a los más necesitados, queríamos ir a la universidad y discutir de política, hacer lo que hicieron nuestros abuelos y nuestros padres, recorrer el mundo cantando libertad, éramos unos locos soñadores y…… ¿le conté que yo tenía diecisiete y mi hermano veintitrés? Nunca lo volví a ver, nunca volví a ver a ninguno de ellos y cuando volví de la mano de Juan, otro fugitivo como yo que conocí en el destierro y que nunca me abandonó, los busqué por todas partes, veía sus rostros pero no eran ellos y …. ¿sabe qué? estoy segura que sus nombres no morirán, que en algún lado están escritos, no solamente en mis recuerdos.


María Magdalena Gabetta



Vuelvo a utilizar una pintura de la pintora riotercerense Raquel Piedrabuena "Te secaron, te destruyeron", que aunque ya la utilicé en Devorador Globalizado me pareció excelente para ilustrar este cuento.



lunes, 20 de agosto de 2012

Las Víctimas





No podía acallar las voces que martillaban mi cerebro.

- No tiembles, no temas, mantén la serenidad o él lo percibirá – decía una.
- ¡Idiota! ¿acaso crees que eso te salvará? – decía otra.
- ¡Ruega! ¡ruega por tu vida! – me aconsejaba una voz cobarde y lastimera.



Pero esas voces no lograban acallar las otras, las que no venían de mi interior; las de las otras víctimas, las de aquellas que ya habían sido sacrificadas.

Mis jóvenes amigas y hermanas enloquecidas de terror, revolcándose en sus propias heces, suplicando por sus vidas; asesinadas sin piedad.

- No rogaré – me decía –no rogaré - repetía, y sin embargo sabía que lo haría.

¿Cuánto tiempo hacía que estaba allí? ¿Cuántas horas, cuantas noches, cuantos días? Hacía mucho que había perdido las esperanzas de sobrevivir. Tenía la seguridad de no volver a ver la dulce expresión del rostro de mi madre.

El hombre nos había encerrado, clausurando cualquier vía de escape. Una a una nos fue inmolando quien sabe a qué oscuros dioses; gozaba con ello, gozaba asesinándonos.

No comíamos; cada tanto abría la puerta para arrojarnos pedazos de carne sanguinolentos; trozos de miembros de aquellas que ya había sacrificado. Preferíamos morir de inanición antes de alimentarnos de nuestras propias compañeras. El olor a sangre y a entrañas malolientes enrarecía el aire de nuestra prisión.

El olor de su odio también infectaba el ambiente ¡cuánto nos odiaba!

Algunas, las más pequeñas, ni siquiera intentaron defenderse cuando vino en su búsqueda, sólo se dejaron apresar, resignadas a su suerte, prefiriendo que todo terminara, que la pesadilla acabara.

Yo no, yo no quería morir así.

Intentamos mimetizarnos con las sombras del sótano. Fue en vano, él nos descubría y así nos fue matando.

- No se escondan mis niñas – decía – Papá las va a encontrar - y festejaba su ocurrencia con estruendosas carcajadas.

Pasado un tiempo, del grupo juguetón y bullanguero que equivocó su lugar de juegos, sólo yo sobrevivía.

Sabía que pronto vendría en mi búsqueda y cuando todo acabara, iría por más víctimas, lo sabía, nunca acabaría su necesidad de matar.

Por un instante sentí que la razón volvía a mí, entonces supe que debía hacer. …

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El sujeto abrió la pesada puerta del sótano e iluminándose con una linterna comenzó a bajar los escalones. Riéndose entre dientes se agachó e iluminó cada rincón en busca de su víctima, disfrutaba de lo que para él era el mejor momento, había esperado al final para sacrificar a la mejor, la más fuerte, una auténtica belleza, si así podía decirse.

De pronto, desde las sombras, surgió un chillido aterrador y el hombre cayó como un fardo al ser alcanzado en el cuello por una enorme rata que, con furia demencial, le hincó sus colmillos en la yugular hasta que una explosión de sangre los ahogó a los dos. 


María Magdalena Gabetta



Pintura: "Umbral" del pintor argentino Ariel Gulluni

domingo, 19 de agosto de 2012

Profecía de los Últimos Días




Me adelantaré al viento
para leer en sus giros
la profecía de los últimos días,
y conoceré la esencia misma del universo
para legarla a mi estirpe
y alimentarla de ella.

Serán quizás esos días
en que el devenir del tiempo
nos ofrecerá sus enigmas
en colmada bandeja
purificando a este mundo
en total decadencia.

Llegará ese día,
en que el último profeta
se siente en la mesa de sus profecías
alimentándose de la sabiduría
que hoy se nos niega.

Vendrán los antiguos y los venideros,
llegarán en saetas
que atraviesen los cielos
y en la tierra los hombres
hallarán su consuelo,
De la tierra venimos
y a la tierra volvemos.

Seremos entonces fraternales criaturas,
de la tierra y sus frutos nos alimentaremos,
se abrirán a los ojos
todos los arcanos liberando secretos,
nuestras almas habrán
por entonces pagado,
su fuego con fuego.

Dejaremos atrás los oscuros días,
en que destruimos lo que nos legaron.
seremos entonces, al fin de los tiempos,
más sabios y más justos,
creación divina que nutra de vida
a nuestro universo.

María Magdalena Gabetta

Pintura: "La que inicia el ascenso" del pintor riotercerense Sergio Blatto

lunes, 18 de junio de 2012

Despegando




Brinco en el aire, buscando
abandonar esta calidad mortal
a la que pertenezco,
inútil criatura que apenas puedo despegar
mis pies de este suelo que me atrapa
con sus tentáculos de humanidad.
que me aprisiona y me sostiene encadenada
a esta dureza mortal que me aterra.

Finalmente invento alas invisibles
y las adoso a mis pies emulando a Hermes,
para lograr agradar a los dioses
escuchar su voz y difundir sus mensajes,
en otros territorios libres,
llegando a oídos que escuchen,
a mentes que acepten,
incursionando en espacios que
me prohibieron
al declararme simple criatura terrenal.

Salto en el aire sin obstáculos,
intentando alcanzar el éter,
convertida en esencia regenerada ,
molécula vital, pura, divina,
despojada de mis límites naturales,
atravesando el espacio,
inhalando el viento,
desbordando el horizonte,
integrada a lo eterno.

María Magdalena Gabetta


Pintura: "El vuelo del Alma" de la pintora paraguaya, Adriana Villagra

sábado, 26 de mayo de 2012



Mi agradecimiento a la Red Escritores Coquimbo

domingo, 20 de mayo de 2012

Aguas de Vida




Envuelta en la bruna incierta
de estos días que suman en sentido inverso,
recogí del viento el suspiro de un ave,
la alegría cantarina del agua,
y el susurro amoroso de los sauces,
recostados enamorados sobre el río,
intentando sumergirse en su corriente,
para viajar alejados de sus raíces,
que los mantienen aferrados a la tierra,
añorando distancias.

Me reflejé en el río,
que me mostró un par de ojos de mirada inquieta,
de párpados pesados por los años,
hartos de restar sueños y sumar ausencias.

Me reconocí mujer madura, mujer urbana,
innegable figura del día más día,
arrugas de alegría marcando los labios,
de tristezas, bordando los ojos.

Y me sentí sauce…
enraizada a mi tierra,
enamorada del río,
añorando distancias.

Me acarició el viento…
envolviéndome con sus giros,
despegándome de la tierra,
y partieron mis letras,
por corrientes de sueños
empapado mi ramaje,
en aguas de vida.


María Magdalena Gabetta

Pintura: "El Sueño de la Ola" de la pintora, poeta y escritora mexicana Liz Hentschel

jueves, 17 de mayo de 2012

Palotes y Círculos



Mi vida crece como las ramas
de este acogedor árbol en el cual
voy grabando con un punzón cada día,
dibujando palotes, corazones, círculos,
nombres, recuerdos de instantes vividos,
cantidad interminable de ellos,
suma de palotes que son días blancos,
o círculos sin salida, sellando días negros.


Los instantes vividos,
cambian de intensidad cromática
a medida que asciendo.
Pero cada día, cada instante, cada nombre
independientemente de su color primario,
despojados de su forma,
son componentes necesarios
de mi terrenal historia.

Mi altura crece cada vez que mi mano se acerca
a la copa de este árbol camarada,
de esta pizarra enraizada que me permite
ir sellando mi existencia sobre su corteza .

Mi tiempo se disipa a medida que asciendo,
mi crecer tiene como límite la punta de sus ramas,
allí reposaré unos instantes y me concebiré ave
adosándome alas para continuar el camino.

Abandonaré mis raíces, al iniciar ese vuelo.
perdurarán en el tronco mis días grabados,
con sus palotes en blanco.
Con sus círculos negros.
Con sus instantes y nombres
convertidos en tiempo,
cuando abandone mi árbol
y sea sólo recuerdo.

María Magdalena Gabetta


Pintura: "El árbol" del pintor colombiano, Fernando Botero
(extraído de la web)

jueves, 19 de abril de 2012

El Tesoro de la Deolinda









- La Deolinda tiene un tesoro, y lo tiene en el rancho.

Al “Rata” le gustaba hablar haciéndose el misterioso, con su mirada torva nos observó para ver el efecto de sus palabras y se tomó su tiempo para crear más expectativa entre el grupito que lo escuchaba atento.

- Vamos a robarlo – sentenció.
- Pará, pará – el que hablaba ahora era el “Gitano” – ni loco voy a la cueva de esa bruja. Dicen cosas terroríficas de ella. Acordate hace unos años nomás, cuando encontraron muerto al cura Sarmiento, le faltaban los ojos y todos decían que unos días antes había discutido con la vieja en un remate por la compra de un cale…cale… cale.
- Caleidoscopio, ¡infelíz! – lo corto el “Rata”.
- Eso, lo que sea. El cura parece que coleccionaba esas basuras y la vieja también. Se lo llevó él esa vez, pero a los pocos días pasó, lo que pasó.
- ¡Pero no podés ser tan idiota! ¿vos viste lo que es esa mujer? tiene más de 90 años. El cura era un hombrón, un tipo duro. Seguro que lo mató algún marido despechado y le endilgaron el muerto a esa desgraciada. El sinvergüenza aprovechaba el confesionario para enterarse de cual mujer podía ser presa fácil. Era cura, pero atorrante.
- Tenés razón, pero igual, la Deolinda me impresiona – rezongó el “Gitano”, sólo por rezongar.

El resto no dijimos ni esta boca es mía, siempre el “Rata” nos convencía, sobre todo cuando los bolsillos no tenían ni una moneda y en el rancho los críos tenían hambre. Una cosa siempre iba en aumento o disminución en íntima relación con la otra. Además, se veía fácil, una vieja sola que apenas caminaba y un botín que podía ser jugoso si lo que decían era verdad.

Así que esa noche enfilamos los cuatro para el rancho de la Deolinda, por las ventanas sin cortinas pudimos ver que dormía en el catre a pata tendida; no tenía ni un perro, ni siquiera tenía la puerta con tranca. La vieja sí parecía tener oído fino, se despertó apenas entramos y comenzó a chillar, pero el “Paco” la encegueció con la linterna para que no nos reconociera y después le cubrió la cabeza con una almohada para ahogar sus gritos. Eso sí, suavecito, no queríamos matarla.

Tomándonos todo el tiempo, revisamos meticulosamente cada rincón para …. nada; ni un triste peso.

Cuando ya nos íbamos, el “Rata” tuvo una idea y con un cortafierros comenzó a levantar el piso de madera y allí ¡al fin! apareció el tan mentado “tesoro”; un tubo que parecía de oro, pero que apenas sopesó comprobó que esa porquería era sólo cartón pintado y con furia lo tiró al medio del patio.

Para colmo el “Paco” dio la voz de alarma, la vieja se había muerto del susto o asfixiada; no nos quedamos a averiguarlo.

En medio de la huida, me agaché y tomé el tubito, aunque fuera para que los mellizos jugaran con un “chiche” nuevo. Los pobres no desperdiciamos nada, quizás jugando se olvidaran del hambre.

Huimos como liebres hasta el bar del “Chino”, pegamos un respiro y entramos haciéndonos los otarios, para que nos viera la gilada y así tener una coartada si la cosa se ponía fiera. Nos acomodamos en el mostrador para tomar unos vinos y ahogar la rabia; de pronto me asaltó la curiosidad y me acerqué al farol para mirar dentro del tubo ¡carajo! ¡para qué lo habré hecho! horrorizado pegué un alarido; dentro de esa porquería y desde infinitos ángulos, los ojos del cura me miraban inyectados en sangre.



María Magdalena Gabetta



Pintura de la cual no tengo el nombre pero es del pintor argentino Florencio Molina Campos



sábado, 14 de abril de 2012

Ajena








¿Qué personaje siniestro desplegó
esta multitud absurda
que me hiere cual carnaval inoportuno,
mientras me consumo,
en este claustro involuntario
en el que la soledad me aprisiona?

Me siento ajena al mundo,
apoyada contra el marco de la ventana,
mirando un horizonte
de techos y chimeneas sucias,
con brazos de antenas oxidadas
en esta ciudad gris y malsana
dónde el cielo se esconde
tras los negros nubarrones
de la indiferencia.

Equilibristas de lo absurdo circulan
en una atmósfera circense,
que despliega sus fauces mofándose de mi
destierro,
matizando con una pátina burlesca
la oscura postal de ausencias que me corteja,
embaucándome con sus delicias de burdel,
incitándome a integrar la locura callejera.

Pero mis miedos me oprimen
negándome la posibilidad
de descender hasta los adoradores
de lo ridículo,
apartándome de esa locura colectiva,
convertida en prisionera
de esta voraz soledad
que me aísla y me atormenta,
tras los vidrios del ventanal.


María Magdalena Gabetta




Pintura: "Mirada Ausente" de la pintora argentina, Mercedes Fariña.




http://youtu.be/icRGRptxeJ0






viernes, 13 de abril de 2012

La Jauría























El hombre era un enigma, un tipo alto y callado. Nadie sabía su origen, apareció una noche, medio muerto, con el cuerpo tajado hasta lo indecible y delirando como un loco. Santiago, el Jefe, en un gesto extraño para sus compinches, les ordenó que intentaran salvarlo. Algo le decía que ese hombre les sería útil.

Lo curaron con hierbas mezcladas con barro y saliva que colocaron sobre sus heridas, apretándolas con sucios vendajes. Cuando la fiebre pasó y las heridas cerraron, le dijeron que debía quedarse con ellos o tendrían que matarlo porque ahora conocía el cubil dónde la jauría se refugiaba. Se quedó.

Nadie se interesó en saber el porqué había aparecido en esas condiciones. No les interesaba, eran hombres rudos, acostumbrados a matar y morir sin cuestionamientos.

- No soy ladrón ni asesino - aclaró. Algo harás, le contestaron y se convirtió en el ecónomo del grupo.

Jamás intervenía en los asaltos. Llegaba después que todo había terminado y hacía su trabajo sin mirar a su alrededor, como tratando de no involucrarse en lo que pudiese haber ocurrido; el resto de los hombres lo esperaba para entregarle el fruto del saqueo y él, bajo la atenta mirada de Santiago, se encargaba de separar lo que correspondía a cada uno, dejando lo necesario para el sostén de la banda. Para sí no apartaba nada, se conformaba con la comida y una manta mugrienta para taparse en las noches frías.

Ese día la masacre había acabado cuando Nicanor llegó.

Pedro, un joven moreno de rostro embrutecido, fue el encargado de avisarle que habían terminado una “faena” y guiarlo al sitio atacado.

Galoparon durante dos horas cruzando sierras, hasta llegar a un pequeño monte de espinillos. Descabalgaron y se internaron en él, al poco rato avistaron la casa, casi pegada a un río cristalino que corría ignorante de la tragedia que se había desarrollado a su vera.

Esta vez la banda se había extralimitado, habían asesinado una familia completa y saqueado la pequeña finca, destruyendo todo a su paso. Era una casa pobre, pero eso no los había detenido, por el contrario, parecía que los había enardecido aún más. Las mujeres fueron violadas antes de matarlas y después también.

En el exterior yacía el cadáver de un anciano, con una escopeta a su costado, demostrando sin lugar a dudas, su intención de proteger la vivienda y sus moradores del atropello de los vándalos. A su alrededor, dos o tres perros muertos a tiros y cuchilladas, como su dueño.

Ahora los maleantes estaban tumbados, a la sombra de una enredadera que semejaba un tupido toldo a un costado de la casa; apoyadas sus espaldas contra los muros blanqueados a cal, descansando de su orgía de sangre y bebiendo vino agrio de sus odres de cuero, mientras bromeaban entre ellos.

El hombre alto y callado miró el horroroso cuadro y por primera vez sintió que se involucraba en un hecho así, sintió el deseo de limpiar todo rastro de la masacre.

- Dónde ponemos los cuerpos Santiago?
- Tiralos a los chanchos, los van a hacer desaparecer enseguida – contestó el Jefe, riendo de su propia idea, mientras enjugaba con la mano una gota de vino que caía por su barbilla.

Nicanor, sin responder, buscó la ayuda de Pedro y entre ambos empezaron a tirar los cadáveres al chiquero, los animales se abalanzaron. Sintió que una nube roja se posaba en sus ojos y se estremeció al comprender que la nube era sólo el reflejo de la sangre que saltaba ante cada mordisco.

La muchacha tirada sobre un sucio jergón no tendría más de quince años, la visión de la infantil figura desnuda y maltratada le revolvió las tripas. Supo por Pedro que cuando los vio irrumpir en la habitación, clavó un cuchillo directo en su corazón y cayó muerta. No hubo dudas en su gesto, sabía qué le esperaba. La fama de Santiago lo precedía. Su nombre significaba muerte y horror. Ella, al menos, se había ahorrado el horror.

Le hizo señas a Pedro y cargando a la infortunada joven, se encaminaron hacia el río; era una pena arrojar esa belleza al chiquero.

Los dos hombres soltaron el cuerpo sobre las aguas con una delicadeza que hubiese parecido absurda a cualquier espectador de lo que allí había ocurrido.

Parecía una princesa dormida; la corriente la atrapó y arrastró alejándola velozmente del horror, mientras los sauces se inclinaban a su paso.

Nicanor masculló algo entre dientes. Pedro se persignó, era muy joven, aún no estaba totalmente podrido como el resto. Eso no impidió que lo degollara de un sólo tajo.

Miró hacia el rancho y escuchó la risa de los hombres. Emprendió el camino de regreso mientras limpiaba la sangre del cuchillo, frotándolo contra el pantalón. Ese día la jauría sería exterminada, lo acababa de jurar a su hermana Ofelia.

Al pasar frente al chiquero escuchó el gruñido de los chanchos.

María Magdalena Gabetta






Pintura: "Buitres" del pintor colombiano Edilberto Calderón

domingo, 12 de febrero de 2012

El Retrato de la Abuela





Miró el cuadro y en verdad parecía una foto, tal cual la tía Justina siempre había dicho, “es una foto de tu abuela en su juventud, antes de que pasara lo que pasó”, él sabía que era una pintura pero nunca se lo discutió, la tía no tenía porqué saber que él sabía, que la propia abuela se lo había contado, cuando él aún era un niño tan pequeño que apenas comprendía, pero eso no se le olvidó nunca, hay cosas que nunca se olvidan en la vida, otras que es mejor olvidarlas y eso él lo aprendió de pequeño.

También era mentira que fuera antes que “pasara lo que pasó”, como decía la tía, como si sólo hubiesen transcurrido un par de horas entre esa imagen bella y el después de la abuela; habían pasado muchos años entre un hecho y el otro.

Desde la sala principal se escuchaban los cuchicheos de las mujeres que habían venido a despedir a la abuela. ¿Dónde la velamos? esa había sido la preocupación de todos, pero todos coincidieron que no debían ir a una Sala Velatoria, la abuela se merecía irse de este mundo desde la casa dónde había vivido y reinado la mayor parte de su vida. Sí, mirando el cuadro pensó que realmente ella había sido una reina de belleza primero y luego una reina que gobernaba su casa y su familia. Una reina que ahora reposaba en un ataúd de madera lustrosa, rodeada de cirios – de los reales, por favor, nada de imitaciones de cirios conectados a la electricidad y con una lamparita – esas habían sido las palabras de la tía cuando el pomposo dueño de la empresa fúnebre ultimaba los detalles. La tía ahora se sentía importante, importante y heredera, porque era la mayor de las mujeres y según ella, la más parecida a su madre. Ilusa, pensó Sebastián, nunca sería ni cerca a lo que fuera su madre.

Miró el cuadro y le pareció que la bella muchacha en actitud relajada, le sonreía con complicidad y hasta le guiñaba un ojo. Nadie más que la abuela para entenderlo, para saber el dolor intenso que su partida le producía y esa sensación de impotencia por no haber podido hacer algo más para retenerla, pero no, ella se quería ir, hubiese sido en vano todo lo que él hiciera, ella ya no era de este mundo desde hacía mucho tiempo.

Como oleadas volvían los rumores desde la sala; el ruido de las cucharitas revolviendo el café que Orfinda servía a las damas cada hora para mantenerlas despiertas; alguna tos grave, lo que indicaba que los hombres cada tanto entraban a dar una vuelta como para hacer notar su presencia y los cuchicheos, los cuchicheos que la abuela y él detestaban y de los cuales se burlaban juntos.

La abuela se había casado enamorada, pero enamorada del pintor que la había eternizado en su belleza; el abuelo había sido la obligación impuesta por la familia y a su lado no conoció la felicidad como hubiesen creído muchos. Al lado del abuelo conoció el dolor, el desprecio y la obsesión de un hombre enfermo de celos y de mal carácter. Un hombre que la obligó a parir hijo tras hijo hasta que murió en el intento de embarazarla del décimo.

La abuela había olvidado el amor al pintor mucho antes de concebir sus nueve hijos; lo olvidó el día que se preguntó a si misma si su vida con el pintor hubiese sido diferente y comprendió que no, que hubiese sido parecida, salvo que ella habría estado enamorada el primer tiempo. Además la ayudó encontrarse un día con el pintor, su esposa y un número considerable de niños y ver en el rostro de la mujer una profunda tristeza y en el del pintor una mirada de soberbia que nunca le había visto. Por ese tiempo era un pintor exitoso y según decían las malas lenguas, con una cantidad de amantes en sus espaldas que más de un Don Juan le envidiaba.

La abuela que no era ninguna tonta, olvidó rápidamente sus amores juveniles y se dedicó de lleno a la crianza de sus hijos, con una mejor disposición desde el momento de la partida al otro mundo de su consorte.

Luego fueron los nietos, y de los nietos, él, Sebastián, era el mayor y por ende el preferido, el compinche de la abuela, hijo de su primogénito y el menos querido de sus hijos, porque al concebirlo se había sentido casi violada por ese hombre que le habían impuesto. A los otros hijos ya los recibió más resignada, aprendió a quererlos desde el momento en que los sentía vivos en su interior y se aferró ciegamente a cada uno de ellos y cada uno de ellos se sintió unido a ella de la misma manera.

Sebastián tenía una imagen muy confusa, un recuerdo casi nulo del momento en que pasó lo que pasó. Ahora dirían que los recuerdos se habían borrado ocasionados por un stress post-traumático, él sabía que no quería recordar porque además la abuela se lo había exigido – olvida, olvida, lo que ocurrió no es tu culpa – y el obedeció y olvidó.

Sabía que no podía ir a la sala, sus padres y toda la familia, también las chismosas damas, esperarían verlo aparecer antes de cerrar el cajón, pero él prefería seguir mirando el cuadro y el bello rostro de la joven que le sonreía, ese sería el recuerdo de su abuela que siempre guardaría en su corazón.

En la sala los murmullos cesaron y se escuchó algún que otro sollozo cuando la tapa se cerró sobre el rostro desfigurado por profundas cicatrices de la reina de la casa.



María Magdalena Gabetta



Pintura: "Tiempo de espera" del pintor ecuatoriano, Julio Peña Tomalá

domingo, 5 de febrero de 2012

En Septiembre







Yo pasé por vos,
llegué a buscarte a la hora prefijada,
la hora en que los sueños y los recuerdos vuelan,
y con los sueños y los recuerdos,
vuela el alma.

Llegué harta quizás de cafés de madrugada
y cigarrillos despedazados entre los labios,
pero con esa innegable facultad que tenemos los humanos,
de portar hasta el fin de nuestras vidas,
la esperanza.

Pasé por vos…
A encontrarte…., no lo niego,
en un bar cualquiera, en una vereda conocida,
entre esa turba de personajes que se nos presentan,
en el día a día.

Fue quizás a la vuelta de la esquina,
un lugar cualquiera y porqué no, a una hora cualquiera,
- Ya ni siquiera el lugar y la hora interesan -
pero te encontré,
estabas allí,
enredado en mis sentires,
descolgado del tiempo pasado,
agazapado en los cuadrantes de mi vida.

Pasé por vos una mañana de septiembre,
el limonero apenas florecía,
el gorrión disfrazado de zorzal intentaba
cantar en mi ventana,
y mi sed de amar me secaba íntegra.

Pasé por vos y ya no eras el mismo,
Yo tampoco era la misma,
- Para qué engañarnos amor -
los años nos habían blanqueado las sienes
y oscurecido la sonrisa.

Pero … ¿sabés qué? Yo aún te amaba
y sentí tu amor palpitando en cercanía,
los años habían pasado,
- Eso era evidente -
Las ausencias fueron dejando huecos
en lugares impensados…..
como el alma y los sentimientos.

Pero …. ¿sabés amor? A pesar de eso,
a pesar de todo,
fue sentir un fuerte vendaval que me sacudía,
como cuando éramos jóvenes y altaneros,
como cuando aún no sabíamos de la vida,
como cuando nos enamoramos
¿lo recuerdas?
Así me sentí en este septiembre
que llegó sin pensarlo,
en el otoño de mi vida.


María Magdalena Gabetta

Pintura: "Sueños del Pasado" de mi amiga la pintora argentina Elsa Bouza Campos

domingo, 8 de enero de 2012

Por Amor al Poeta (Homenaje a Pablo Neruda)












Hojarasca de suspiros sobre la tierra
mi alma se dispersa en el acantilado,
esperando del mar una señal de tu presencia,
marinero de versos, poeta enamorado.

"Un rayo de sol me ilumina
blancos los muslos por dónde tu mano trepa,
mientras la flor que se escondió en mi boca,
con perfumados pétalos te besa."

Pero fue sólo un sueño,
nacido entre tus versos,
una tarde de verano somnolienta,
en que al mágico conjuro de tus letras,
sentí el abrazo cálido de tu esencia..

"Yo te esperé Pablo,
fui sobre el risco, inquieta figura alada
oteando el horizonte de blancas nubes,
cantando entre los pinos una plegaria..

Ruge el viento que mi voz te lleva,
ruge la tempestad que mi sentir agita,
blancos mis muslos rugen en tu ausencia,
y unas palabras de amor, mi boca grita.

Te busqué ¡oh,! si te busqué,
pero las aves me anunciaron tu partida,
¡No volverá! graznaron las gaviotas,
aún así te busqué enloquecida."


Te fuiste Pablo, antes de conocerme,
antes de mis muslos y mis caricias,
antes de dormirte entre mis brazos,
antes que escucharas mi poesía.


María Magdalena Gabetta





Pintura de Neruda en su juventud (extraída de la Web)



Poesía escrita para el Libro: "1000 poemas a Pablo Neruda"

Mi Nombre - Trilce (Homenaje al Poeta César Vallejo)





















Tri tri tril trilce
nacida de un juego de palabras
de una cuenta que se escurría como guano de alcatraz
de tus bolsillos con agujeros poéticos,
flacos de oro, rechonchos de sueños,
surgió mi nombre impensada-mente de tu mente
y nací retorcida verbal, increíble, audaz,
bajo la luz de tu sol incaico,
mestizada, mestiza, aborigen, princesa, dueña,
cintura de isla para perderse-encontrarse
y me cantaron las aves del valle, que a veces, solo a veces
- como un quejido interrumpido -
entonaban Tri Tri Tril Trilce
y yo afloraba de tu mente entre versos
¿Qué no fui mujer?
¿y eso que importa?
fui poesía, fui el divagar de tu mente, consciente e inconsciente,
transformada en un juego que horizontonizante se pierde
tras el úlimo vestigio de ese mar que nos rodea César
y mi nombre rebota contra el universo
y se vuelve eco contra las estrellas,
perdiéndose - encontrándote
en el infinito
Tri Tri Tril Trilce Ce ce ces César



María Magdalena Gabetta



Pintura del Pintor Peruano José Tola (extraída de la web)



Poema escrito para el libro "1000 poemas a César Vallejo"