En el borde sutil de tus pestañas,
dónde la mirada asoma incandescente
me atrapas y cuelgo indefensamente
balanceándome al antojo de tus lágrimas.
· Niña, corra que ya viene el cortejo – La voz quejumbrosa de la anciana Nana atravesó los largos pasillos que bordeaban el verde patio de la casona de San Telmo.
La puerta de una de las habitaciones se abrió rápidamente dando paso a una joven envuelta en sedas con un velo de novia ocultando el rostro y un ramo de rosas sangrantes entre las níveas manos.
Su figura alta y elegante se deslizó erguida y veloz por la galería, atrás corría una modista afanosa, tratando de dar el toque final a la larga cola del majestuoso traje.
Del ángulo más dulce de tu boca
robo el néctar precioso de una lágrima
te reconozco entre todas, la elegida,
la virgen pura que mi corazón ansía.
Ahora soy sombra entre las sombras,
pegado voy a tu figura,
y en cada cosa que te nombra,
nace y muere un mundo de ternuras.
Esta historia empezó con tres entierros y acabó con el mío cuando en el verano de 1900 la locura nos jugó una mala pasada, trayendo la muerte galopando el potro de los celos. Amor que engendra odio, odio que trae muerte. Amor enfermo.
Ni tan cerca del amor ni tan lejos del odio,
el color de tu piel entre mis manos se vuelve nácar
y el rojo carmesí de tus labios entre mis labios,
clama venganza.
- Niña, niña, que no se vista de novia para despedirlos, que todo ha sido fatalidad – La Nana lloraba tras su pálida ama que gemía transida de dolor abrazada al primer ataúd que depositaron a sus pies. El de su novio, el hombre con el que iba a casarse ese mismo día. El cortejo silencioso depositó en el suelo, a un costado del féretro de su amor, dos más, el de su padre y el de su hermano. Todos habían muerto por defender su honor.
Los hombres, enmudecidos por la impresión que tanta desgracia les producía, sólo atinaron a sacarse los sombreros en señal de respeto. Los féretros fueron destapados uno tras otro. La joven, como en sueños, depositó un tierno beso sobre la frente de su padre y su hermano y, sobre los labios de su amante dejó entre lágrimas, el más dulce y eterno beso, hasta caer muerta sobre su pecho
Cuentan que la joven murió en el beso,
les aseguro que eso es verdad,
porque el mío fue el cuarto entierro
y desde entonces vago pidiendo
que aquellos quienes nos sentenciaron
paguen con sangre tanta maldad.
La historia cuenta también, que al dar las doce de la noche del fatídico día, un hombre desesperado se arrojó al vacío desde la torre de la iglesia del viejo Barrio. Nadie acudió a su entierro, ni sus propios cómplices, quienes fueron muriendo misteriosamente acosados por el fantasma de sus crímenes.
María Magdalena Gabetta
2 comentarios:
¡Excelente texto!,
con respeto y admiración a
la "Maestra"
Terrible y bella narración. Me produjo escalofríos!
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