viernes, 25 de mayo de 2007

Déjà vu


Estoy varada en esta Estación de Ferrocarril desde hace tiempo, sin encontrar la salida. Por momentos me deslizo entre la multitud que pulula apresurada por los andenes, buscando alguien que me oriente, pero las personas pasan a mi lado sin prestarme atención, enfrascados en escapar de ese laberinto humano, dónde predominan los grises, los chirridos y el olor aceitoso que despiden las máquinas.

El ruido ensordecedor de los trenes al arribar o partir, taladra mis oídos, junto con el murmullo agotador de la muchedumbre y la música descompasada que fluye por los parlantes de una radio en la Boletería.

Las imágenes se repiten ante mis ojos, como en una vieja película en blanco y negro. La misma niña sentada sobre una valija, mientras su madre compra los pasajes con destino quien sabe dónde. La prolija secretaria o estudiante que mira con sonrisa esperanzada el arribo de un tren que nunca llega y el elegante ejecutivo que conversa por su celular, enfrascado en la conclusión de un negocio que se traslada indefinidamente.
Se pega a mi cuerpo como una fría humedad, la soledad angustiosa del andén cuando todos se retiran, mientras permanezco sentada en este banco tratando infructuosamente de asimilar cada episodio y cada gesto visto, que se repiten en una especie de “déjà vu” en este espacio irreal en el cual me deslizo en un no tiempo cíclico que repite sus secuencias.
Sin embargo el tiempo pasa, sé que pasa, sé que hace mucho que estoy atascada en esta estación; no puedo precisar la cantidad de segundos, minutos, horas o días, pero lo sé. Es como si una nebulosa indefinida me cubriera, manteniéndome suspendida entre la realidad y la irrealidad.

Como una autómata me levanto del duro banco y camino unos pasos acercándome a la orilla del andén mientras el tren avanza por el túnel como un monstruoso y desbocado cíclope, un segundo antes de sentir el mareo que me arroja una y otra vez, indefectiblemente, a su paso.



María Magdalena Gabetta


Pintura: "Sin Trenes" de la Pintora Argentina, Marta Cella

2 comentarios:

John Sereira elturiferario dijo...

Es un relato que no deja indiferente; hay mucha s cosas que se tralucen, además de estar bien escrito.

Saludos, Juan Antonio.

Anónimo dijo...

Transmite sentimientos de tristeza, abulia, melancilía...

Pero al final, para esos días de caracol, has encontrado una buena solución.

Saludos. Davinia